Por Redacción @cronicauno
Henrique Salas Römer recibió tarde la noticia de que en Venezuela se estaba dando un golpe de Estado el 4 de febrero de 1992, y que en Carabobo todo ocurría a escasos 100 metros de su despacho. Para entonces, transcurría su segundo período como Gobernador de la entidad.
33 años después de ese momento, desde su casa en los Estados Unidos el político venezolano cuenta a Crónica Uno cómo ocurrieron los hechos en la región, esa que llamó “Territorio de lo posible”.
Para el líder del partido político Proyecto Venezuela es difícil saber la fecha exacta del inicio de todo. Ese 4 de febrero fue la cristalización de un proceso que llevaba años de gestación, y que fue ignorado por muchos.
Ruidos conspirativos
Salas Römer, quien se describe como una persona que siempre tuvo un sexto sentido para ver situaciones de riesgo, había denunciado en noviembre de 1991 una posible conspiración. “Algunos militares habían sido asesinados en Caracas y en la autopista Valencia-Puerto Cabello. Era todo muy raro, pero nadie me hizo caso. Para mí estaba todo vinculado”.
Sin tener un equipo de inteligencia, a Salas Römer le habían informado de movimientos extraños en la Universidad de Carabobo (UC). “Células ocultas”, detalló. Toda esta información se la transmitió a la antigua Dirección de Inteligencia Militar (DIM), y al entonces fiscal general, Ramón Escovar Salom.
En respuesta, enviaron funcionarios de la DIM a investigar en Carabobo. Estuvieron tres días y le dieron la razón a sus sospechas, pero no hubo más noticias. “Eso me hizo saber que había algún tipo de confabulación dentro de las Fuerzas Armadas”, dijo.
La llamada de alerta
Para aquel entonces el mandatario regional despachaba en la casa de sus suegros, en la urbanización Guaparo. El deterioro del Capitolio carabobeño lo obligaba a eso. El día de la intentona golpista, el teléfono de la vivienda pasó un largo rato sonando hasta que uno de los guardias atendió.
“Dieron un golpe de Estado”, dijo del otro lado de la línea una periodista que llamaba desde Caracas. El guardia solo preguntó si era a nivel nacional o regional. Al recordarlo, Salas Römer señala que esa pregunta evidenciaba la mentalidad regional de aquel entonces. Pasados 45 minutos, sabría más de lo que estaba pasando.
Unos gritos al exterior de la casa le informaron sobre el golpe de Estado. Se trataba de la familia de su vecino, el político Rubén Pérez Silva.
Aún con sueño, ya que era pasada la medianoche, Salas Römer tenía que pensar rápido. Su experiencia militar más cercana era en El Porteñazo. (1972). “¿Qué hago?”, era la pregunta que más se hacía. La respuesta fue, a través de los medios de comunicación, pedir a los carabobeños que permanecieran en sus casas.
Luego se vistió. En su oficina recibió la llamada de su secretario de Seguridad, Humberto Seijas, quien le indicó que en la ciudad todo estaba relativamente normal. “Las patrullas estaban saliendo, hay tanques cercas, pero nada de gravedad”.
Salas Romer dudaba del golpe porque vivía demasiado cerca del Fuerte Paramacay y ningún militar golpista se había acercado a él para capturarlo, como ocurriría luego con el exgobernador del Zulia, Oswaldo Álvarez Paz.
Tres llamadas de CAP
Fue entonces cuando recibió la llamada del Carlos Andrés Pérez (CAP) “¿Cómo está la cosa en Carabobo, gobernador?», le preguntó el Presidente.
Salas respondió que no había nociones de golpe: “Están respetando los espacios del Gobierno regional. No se si solo sea algo local». Salas Romer no lo podía confirmarlo porque en su zona de acción no estaba ocurriendo nada, al menos durante la madrugada cuando conversó con CAP.
Sin embargo, el general Pedro Romero Farías le había indicado de la existencia del golpe. Esto fue confirmado por Pérez en una llamada. Luego, con extrema tranquilidad el Presidente le pediría que hablara con los rebeldes. Eran las 3:00 a.m.
Ante la confirmación, Salas llamó a su secretario de Cultura, Asdrúbal González, expresidente de Federación de Estudiantes de la UC. Él le recomendó esconderse.
“Me escondí en la casa de Pérez Silva, pero en esa casa no había nadie, tampoco había teléfono”, recordó el exgobernador. Sentado en un sofá reflexionó: “¡¿Qué carajos hago aquí!?” Eso bastó para que regresara a su despacho. Nuevamente recibió una llamada en donde le insistían que el presidente Pérez quería que hablara con los rebeldes.
Sin embargo, los rebeldes estaban en el Comando Regional Dos, conocido como Core2. Ahí habían tanques del ejército en actitud amenazantes, por lo que le recomendaron esperar que todo se calmara, además le dijeron que hablara con la prensa.
“Imagínate tú, hablarle a la prensa”, comenta Salas con sarcasmo.
El teniente y el gobernador
A las 5:00 a.m. recibió la luz verde y en su vehículo, haciendo a un lado los riesgos manejó 11 kilómetros hasta el Core2. En efecto, ya no había tanques pero sí autobuses de la Universidad de Carabobo que habían sido tomados por afines a la causa golpista.
El general del Core2 lo recibió en su oficina y conversaron, 15 minutos después los tanques regresaron. “Estábamos rodeados”, recordó el político. Salas Römer pidió que le trajeran al que comandaba los tanques, quien resultó ser un teniente y escolta del capitán de la 41 Brigada Blindada (Fuerte Paramacay).
El intercambio de palabras duró al menos una hora, en donde el teniente le explicaba a Salas Römer que no había intenciones de matar al presidente Pérez, sino hacer saber al país que los militares de bajo rango vivían en malas condiciones.
“Me dijeron que sus camas eran de mala calidad y que se bañaban con totumas. Además de destacar que el alto mando se había corrompido y que esos se llevaban el dinero”.
Este punto es vital para entender el famoso discurso de Rafael Caldera ante el Congreso, puesto que fue en una llamada entre el gobernador y el expresidente que Caldera que este último supo cuál era la intención de la intentona golpista.
«Una afirmación de esa naturaleza no podría hacerse sino con plena prueba del propósito de los sublevados, bien porque hayan confesado y exista una confesión concordante de algunos de los actores», explicaba Caldera en sus dos primeros minutos de derecho de palabra en el hemiciclo de sesiones.
Ante la confesión del teniente, Salas Römer les prometió construirles viviendas de guarnición, lo cual cumplió, y al concluir la conversación este se fue. “Misión cumplida”, dijo.
Sangre en el Módulo Canaima
De regreso a su despacho advirtió que el paso en la redoma de Guaparo, frontera entre los municipios Naguanagua y Valencia, estaba cerrado en dirección hacia el Fuerte Paramacay.
Los soldados del Ejército tenían un brazalete con la bandera de Venezuela en el brazo. Era la primera vez que Salas Römer veía una manifestación pública de militares fuera del cuartel.
Solo le quedaba liberar el aeropuerto Arturo Michelena, lo cual logró tras una conversación con el responsable, quien no quería derramar sangre. «Te garantizo que no te pasará nada, libera el aeropuerto y vete».
Poco después, al mediodía ocurría el despliegue de dos aviones de combate Mirage que sobrevolaron el Fuerte Paramacay y rompieron la barrera del sonido. «Eso sonaban como explosiones y era una forma de asustar a los que todavía estuviesen alzados».
Todo parecía estar controlado, pero minutos después le informaron que unos autobuses de la Universidad de Carabobo con personas armadas habían asediado el comando policial Canaima, en el sur de Valencia.
Se trataba de un grupo de estudiantes insurrectos que saqueó dos armerías en la avenida Bolívar y llegaron a la zona sur, para atacar a un grupo de policías. En el intercambio de disparos intervino la Dirección Nacional de Servicios de Inteligencia y Prevención (Disip), la Policía Técnica Judicial (PTJ) y los policías del comando. Finalmente, el gobierno regional logró replegar a los rebeldes.
«Recuerdo que a una muchacha que estaba por ahí le pegaron un tiro y murió», señaló el exgobernador.
Más allá de lo ocurrido, Salas Römer celebra haber logrado los objetivos que se trazó y, así, neutralizar la intentona golpista en Carabobo aquel 4 de febrero de 1992.